25 de octubre de 2016

MARGARITA GAUTIER (Camille)
(USA) MGM, 1936. 109 min. BN.
Pr: Irving Thalberg, Bernard Hyman y David Lewis. G: Zoe Akins, Frances marion y James Hilton, basado en la novela de Alexandre Dumas hijo y su adaptación teatral. Ft: William Daniels. Mt: Margaret Booth. DA: Cedric Gibbons. Vest: Adrian. Ms: Herbert Stothart. Dr: George Cukor.
Int: Greta Garbo, Robert Taylor, Lionel Barrymore, Elizabeth Allan, Henry Daniel, Jessie Ralph, Laura Hope Crews, Rex O’Malley, Lenore Ulric, E.E. Clive, Joan Leslie, June Wilkins, Douglas Walton.
La bella Marguerite Gautier (Greta Garbo) es una solicitada cortesana que
anima los salones parisinos.
Durante una de esas veladas el joven Armand Duval (Robert Taylor) queda deslumbrado por 
la belleza y el encanto de Marguerite.
Marguerite se siente atraída por la vehemencia romántica de Armand pero su oficio
no la permite tomarle en serio.
La insistente obsequiosidad de Armand comienza a calar en el ánimo de Marguerite.
El romance era inevitable. La cortesana se rinde ante el candor y el sincero
amor de Armand.
La pasión amorosa que viven les hace perder el sentido de la realidad.
Tenía que ocurrir. La saboteadora aparición del "protector" de Marguerite, el Barón de Barville (Henry Daniel),  les devuelve a tierra.
El Barón, un tipo sibilino y poco recomendable, hace valer sus derechos sobre Marguerite y ésta se verá obligada a recapacitar.
Nanine (Jessie Ralph) es la fiel servidora, amiga y confidente de Marguerite.
Marguerite escuchando divertida alguna malévola confidencia de su compañero
de juergas Gaston (Rex O'Malley). 
SINOPSIS: En el París decimonónico, una cotizada cortesana enferma de tuberculosis encuentra enternecedor el amor que demuestra por ella un joven caballero apasionado y sin experiencia del que, sin embargo, termina enamorándose. A pesar de la oposición del padre de él y de la amenazante actitud del protector de ella, vivirán un intenso romance que sólo la muerte pondrá fin.
Inevitablemente, los celos y resquemores hacen aparición en la romántica relación
de Armand y Marguerite.
Tensiones y estallidos pasionales.
Ahí tenemos a la dama de las camelias en una pose entre altiva y soñadora.
Una corta temporada en el campo parece desintoxicar la relación de la pareja de los malos efluvios parisinos, contribuyendo además a mejorar la frágil salud de Marguerite.
Monsieur Duval (Lionel Barrymore) es el aristocrático e intransigente padre de Armand.
Marguerite es devuelta a la realidad con la sutil argumentación Monsieur Duval que la convence de que abandone a su hijo por el bien del joven.
Obligada a esta renuncia, Marguerite sufre y su salud empeora.
Debilitada por el avance de la tuberculosis, sufre un desvanecimiento.
Armand es avisado por Nanine y acude a su lado.
Marguerite agoniza y finalmente muere en brazos de su enamorado Armand.
COMENTARIO: Si nos adentramos en un hipotético museo de los géneros cinematográficos y elegimos la majestuosa estancia dedicada al melodrama romántico, no podremos evitar detenernos extasiados ante “CAMILLE”, de 1936, título que sin duda constituye el ejemplo por antonomasia, el más estilizado y lírico, el más sublime filmado en el Hollywood de la edad dorada, y lo es en función tanto de su director como, sobre todo, de la estrella que lo protagonizaba. Efectivamente, para la Metro, esta película fue el más ambicioso y cuidado de los vehículos destinados a la Garbo solo igualado en perfección e incluso superado (en opinión de quien esto escribe) por el portentoso resultado conseguido tres años antes en “LA REINA CRISTINA DE SUECIA” (Queen Christina) bajo la dirección de Rouben Mamoulian, un director que, como digo, obtuvo efectos casi mágicos con un método narrativo que cifraba su intensidad en un sentido de la desnudez excluyente de lo accesorio facilitando así la concentración en el punto preciso y conseguir el efecto deseado (fórmula que Hitchcock, años después, puliría hasta la absoluta perfección), muy alejado del empleado por un exquisito Cukor más proclive al oropel contextualizador, al retrato social como adecuado excipiente para dotar de consistencia y sabor al relato.  No obstante, Mamoulian y Cukor coincidieron en comprender que ante materiales tan extremadamente románticos (y por lo tanto, resbaladizos) debían jugar su principal baza en el trabajo con la mítica Greta Garbo potenciando al máximo ese lado, digamos, intangible, aterciopeladamente histriónico, casi operístico, empleado por la magnética estrella sueca; este aspecto lo acentuó más el segundo que el primero. En cualquier caso, los dos directores alcanzaron resultados asombrosos por caminos opuestos.
Centrándonos en la que ahora nos ocupa, el autor de “UN ROSTRO DE MUJER”, no solo demostró su talento con un primoroso y refinado sentido de la puesta en imágenes y una perceptiva visión sobre los personajes, incluidos los muy cuidados secundarios; aquí se valió del armazón de la famosa novela de Alexandre Dumas hijo para contarnos una historia con apuntes sociológicos de aquel París festivo y romántico, de salones, cortesanas y lúdicos aristócratas, trufada de lances folletinescos (amor saboteado por las barreras sociales, el ingenuo idealismo del joven Armand frente a la experiencia y liviandad de Marguerite, enamoramiento, celos, honor, orgullo, sacrificio, enfermedad, agonía y muerte). Con una impecable y calculada conjugación de estos ingredientes supo hacer inolvidables la mayoría de las escenas, consiguiendo además arrancar una modulada y convincente actuación al poco expresivo Robert Taylor como el párvulo y vehemente Armand Duval. Aunque la gran virtud de la película, que deviene perfecta en todos sus apartados, lo que la ha elevado por encima del tiempo y de cualquier comparación, es -ya lo apuntaba antes- la subyugante composición que de su personaje, Marguerite, hace la impar e irradiante Greta Garbo. Ella consigue arrebatarnos y elevar el grado de intensidad de todos los planos en que aparece. Enamora a la cámara y los espectadores somos raptados y hechizados.
Para la Historia han quedado muchos momentos, pero la patética, bellísima secuencia de la muerte de Marguerite apagándose lentamente en brazos de su amado, haciéndonos sentir la gradual desaparición de vida en su cuerpo, da la medida del grado de emoción que puede llegar a transmitir una imagen cinematográfica cuando detrás de su elaboración confluyen los genios de aquellos demiurgos de la turbación, de la exaltación, que habitaban los estudios hollywoodenses en la gloriosa década de los años treinta del pasado siglo. Algo irrepetible... porque ya vivimos en otro mundo.