28 de abril de 2014

BELLA DE DÍA (Belle de jour)
(Fr-It) Paris Film / Five Films, 1966. 100 min. Color.
Pr Ej: Robert y Raymond Hakim. Pr: Henri Baum. G: Luis Buñuel y Jean-Claude Carriere, basado en la novela de Joseph Kessel. Ft: Sacha Vierny. DA: Robert Clavel. Vest: Hélène Nourry. Ms: no hay. Dr: Luis Buñuel.
Int: Catherine Deneuve, Jean Sorel, Michel Piccoli, Francisco Rabal, Pierre Clementi, Geneviéve Page, Françoise Fabian, Macha Meril, Georges Marchal, Francis Blanche, Marie Latour, Muni, François Maistre, Marcel Charvey, Bernard Musson, Iska Khan.
Severine (Catherine Deneuve) y Pierre (Jean Sorel) conforman un apagado matrimonio burgués.
El acomodado aburrimiento de Severine resulta notorio.
Su mente se ausenta con frecuencia, instalándose en otros lugares, en mundos oníricos.
Su amiga Renée (la godardiana Macha Méril) le habla de una de las esposas de su círculo de la que se dice que ejerce discretamente la prostitución en horas no lectivas.
Tras algunas indecisiones, la desocupada Severine decide pasar a formar parte del staff de una discreta casa de citas regentada por Madame Anaïs (Genevieve Page). 
El gélido y bello rostro de Severine, su mirada perdida, denotan algo anómalo.
Desnuda en la cama, dispuesta a "recibir" al cliente.
Un momento revelador: el insondable interior de Severine aflora en ese relajado rostro y a través de ese cuerpo oscuramente complacido.
Monsieur Adolphe (Francis Blanche) es un cliente habitual de Madame Anaïs. Hay que atenderle.
SINOPSIS: Una bella burguesita, esposa de un cirujano, aburrida y con mucho tiempo libre, busca nuevos alicientes a su monótona vida, y casi sin darse cuenta acaba trabajando por las tardes como pupila de una discreta y especializada casa de citas.
Impagable pose de nuestra escindida Severine. Su expresión desarmante, sus envolventes cabellos, esa lencería íntima... "softcore" buñueliano.
Severine contempla esa misteriosa cajita (de Pandora?) que le muestra el cliente oriental.
Momento de presentaciones: ahí tenemos a las compañeras de Severine, Mathilde (Marie Latour) y Charlotte (Françoise Fabian) atendiendo a Hyppolite (Francisco Rabal) y su compinche Marcel (Pierre Clémenti).
Marcel es un tipo bastante raro (con dentadura metálica) que se prenda de Severine.
Las cosas se complican cuando en el trabajo se cuela el amor en su vertiente obsesiva.
Un beso rechazado, el de Severine a una enfadada Madame Anaïs.
Severine complaciendo los necrofílicos desvaríos de un duque enviudado.
La "muerta" incorporada sobre su ataúd, contempla una peculiar masturbación.
Otro de los momentos oníricos: el duelo a pistola entre Pierre y Henri (Michel Piccoli), amigo del matrimonio, que subrepticiamente desea a la esquiva Severine.
Ahora, Pierre es un inválido dependiente de su esposa. En realidad, para ella siempre lo fue.
COMENTARIO: ¿Qué puedo añadir a estas alturas, en 2014, al caudal de esos ríos de tinta, ensayos, tratados, estudios, palabras vertidas sobre la figura y la obra de Luis Buñuel que el viento ha llevado y traído, cambiado de lugar y orden? Supongo que nada, o muy poco. Pero, en fin, por una cuestión generacional o un simple problema de pereza mental, siempre hay algunos que “acaban de llegar” y a ellos me dirijo principalmente y también porque la revisión hace unos días de esta peli me sirve ahora de pretexto para dar la vara (yo también) sobre el de Calanda. ¿La ventaja? Que sin ser dos veces bueno, por lo menos, soy breve.
La fama de Buñuel, su trayectoria y el (trabajoso y tardío) prestigio adquirido, se han sustentado sobre dos pilares alternativos y complementarios: el escándalo y el reconocimiento. En cronología, ahí tenemos el escandaloso estreno parisino de “LA EDAD DE ORO” (1930) que probaba la capacidad revulsiva del primer surrealista del cine; el premio en Cannes a la virulenta “LOS OLVIDADOS” (1951) con el que Buñuel “entraba” por fin en Europa; el numerazo montado en Cannes por el premio otorgado a “VIRIDIANA” (1961); y el Leon de Oro de Venecia para “BELLA DE DÍA” (1967). Ahora, al fin, el maestro aragonés ya estaba canonizado y finalmente su cine ya era alabado y babeado hasta por los más furibundos atacantes de antaño.
La que ahora nos ocupa, “BELLA DE DÍA”, es una mordaz visión de las fantasías sadomasoquistas y obsesiones de una mujer frígida, mimada y amada por un esposo consentidor que la trata como a una virgen y a la que -adivinamos- no satisface sexualmente. Ella se mueve instalada en una confortable vida ociosa y sin responsabilidades... hasta que un día, por curiosidad, descubre el discreto mundo de la prostitución diurna y esa curiosidad y el aburrimiento la empujan a experimentar en un ámbito desconocido para ella, pero oscuramente deseado donde todo adquiere una dimensión, una representación, transgresoras. Así, tras el visionado de esta película, sin duda también nosotros habremos descubierto los aspectos ocultos que puede tener una escalera, una calle, una mujer de aspecto refinado. Porque para nuestros acomodaticios ojos las imágenes con las que nos encontramos en el cotidiano devenir pueden no tener significado y sólo una película -esta película- posee la capacidad de traspasar la anodina apariencia sin significado y mostrar el mundo interior que se esconde tras ella. 
Con “BELLA DE DÍA”, estamos ante una brillante demostración buñueliana de cómo dinamitar una novela no muy distin­guida y de sus fragmentos crear una obra maestra cinematográfica que en este caso gira en torno a los morbosos ensueños de una exquisita mujer de la burguesía cuyo mundo interior, en conflictiva convivencia con el plano de la realidad, es una excusa perfecta para que el realizador nos convenza de la inutilidad de los artificios expresivos que ofrece la fotografía y el cine (a los que sin duda se hubiera aferrado cualquier otro director) a la hora de intentar expresar ambos mundos, lo que él consigue con desarmante facilidad y genial sencillez por lo que su trabajo deviene en un claro toque de atención contra la autocomplacencia. En cualquier caso, esta película resultó el mayor éxito comercial de toda la carrera del aragonés y la flagrante confirmación de que Catherine Deneuve, de Polanski a Truffaut pasando por Buñuel, ha sido, es, una criatura cinematográfica fascinante con una insondable trastienda. Una diosa gélida, una turbadora esfinge.